21.2.09

DESGARRADORES RELATOS DEL VIVIR EN MEDIO DEL MALTRATO Y LOS GOLPES ..


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Violencia familiar: el desgarrador relato de vivir en medio del maltrato y los golpes

El maltrato, la violación y la degradación de una mujer (como la de un hombre) son hechos reales. Pero es cierto que el de las mujeres es mayor. Muchas no lo quieren contar ni mencionar, aunque al hablar de las secuelas y cuando hay hijos de por medio, éstas son irreversibles. Los chicos, víctimas de esta situación, en la mayoría de los casos cargan con ese peso por años y, muchos otros, repiten su pasado.


Días atrás, el lunes, el Tribunal Oral Nº4 (TOC4) de La Matanza absolvió a Graciela Haydeé Aguirre, una mujer acusada de haber asesinado a su marido, Ricardo Avila, el 4 de junio de 2007.

Lo que sucedió a Graciela se convirtió en un caso testigo de numerosas historias en las que muchas veces, y por desidia de quienes deberían intervenir ante una denuncia o un pedido de ayuda, han muerto personas o muchas debieron sufrir un calvario al convivir con una pareja violenta. En la mayoría de los casos, los que más sufren son, en definitiva, los hijos.

Relaciones de amiguismo


Ana María (39) vive en el barrio Cichero. Se separó hace más de tres años, después de 22 denuncias y varias exposiciones que no fueron tomadas por la Policía, ella acusa una relación de amiguismo de su pareja con la fuerza policial.
La mujer tuvo que soportar por cerca de 10 años una tortura incesante que se hacía cada vez más insostenible. En ese entonces, con cinco chicos, el más pequeño de 2 años, tenía que tratar de sobrevivir por sus hijos.

“Un día tuvimos una discusión muy fuerte de la que mis hijos fueron testigos y mi hermano por defenderme ante una posible agresión lo hinca dejándolo inconsciente. Lo mató y fue preso. Fue condenado y absuelto porque se comprobó que fue en defensa propia, es que mi hermano con 22 años vio como durante 10, yo y mis hijos sufrimos permanentes maltratos”, dijo a “época” esta madre que no justifica la muerte de nadie y que todos los días se pregunta “si tenía que pasar eso para que alguien atienda mi caso”.

María nunca más volvió a formar pareja y las consecuencias más fuertes son que sus hijos de 2 a 14 años, desde ese momento tienen problemas, tanto sociológicos de integración como psicológicos. “Me cuesta muchísimo que sigan estudiando y hasta muchas veces tienen desprecio por todo y hasta hacia ellos mismos”, expresó además de agregar que en estos casos muy pocas son las personas dispuestas a ayudar y, por eso, la mayoría de las veces “tenés que aguantar el calvario sola porque ni los familiares, ni los vecinos pueden (ni quieren) meterse”.
A esto se suma, en todas las historias que seguirán, la poca predisposición policíaca y judicial a la hora de tratar estos casos, ya que sólo con María, por ejemplo, se perdieron exposiciones y por ello nunca citaron al denunciado, “dejando todo en nada”.

En el caso de este hombre la influencia que él tenía sobre la mujer y sus hijos era muy fuerte, tanto que terminaba de convencerlos, sobre todo a su concubina, de que ella era culpable de los golpes y las palabras de agravio.
Todo se potenció cuando ella empezó a trabajar, los celos eran incesantes y el maltrato psicológico dura hasta ahora, en sus palabras, en su forma de actuar y desgraciadamente en los hijos, fieles testigos del hecho en el cual su padre perdió la vida.

Desidia de la familia

Elsa (31) vive en el populoso Molina Punta. Con lágrimas en los ojos fue quien contando su historia volvió a revivir esos oscuros días de su vida en que ni su familia la ayudó a salir de su difícil convivencia.

“Con cuatro hijos y ningún trabajo estable a él nunca le importó la necesidad económica, empecé a trabajar yo para nuestros hijos y porque no podía vivir en esa situación en la que no había ni un pedazo de pan”, expresó la acongojada señora.
Así, la joven mujer empezó a militar en una agrupación política interesada por el trabajo social en barrios cadenciados. Salía a trabajar por los barrios y allí empezaron los planteos. “Porqué te vestís así, vos salís de 'joda'. Los chicos están solos sin su madre no pueden crecer así”, pese a que él estaba todo el día en la casa y se podía encargar de ellos. A partir de ese momento empezó la violencia verbal y física hacia Elsa.

“Nadie te toma las denuncias, el comisario me quiso convencer de que yo estaba en falta con mi pareja, la abogada de la comisaría me dijo: 'qué hiciste', como echándome la culpa y no me preguntó primero qué pasó o cómo fue”. El maltrato psicológico se extendió hasta en la comisaría, a lo que se suma que esta mujer tenía la acusación de su propia familia, quien siempre afirmaba que el era “un pan de Dios” porque nunca se mostró violento ante los demás.

“Así te convertís en una bolsa de arena a la que sólo se dirige con golpes. Era la esclava, no sólo en la casa sino en la cama. Lo único que me quedaba era aguantarme o irme porque él era el dueño de la casa y aumentaba cada vez más el agravio contra los hijos que no eran de él”, dijo a este medio justo después de recordar (con total exactitud) el hecho que puso punto final a esta triste historia.

“Un 8 de enero nos juntamos en mi casa y empezó a discutir porqué un compañero mío estaba arreglando un ventilador en su casa. Llegó mi hermana y él estaba con su mano en mi cuello, casi a punto de quitarme toda la respiración. Mi hermana me echó de mi casa y yo fui corriendo a la comisaría a denunciarlo por malos tratos. Ahí vino la Policía y él se fue a la casa de mi familia con mis hijos. Me pasé toda la noche llorando por mis hijos sin saber a quién recurrir, si ni mi familia me apoyaba”, recordó con los ojos llenos de lágrimas.

A esto se suma que el Juzgado le da un turno para presentarse a declarar, se los cita innumerable cantidad de veces y no se presentan.
Hace 6 años que están separados y Elsa se pregunta: “¿Qué hice para merecer esto? No tenés respuesta y sí muchos riesgos, además cuando hay hijos, todo es distinto ya no se piensa más en uno mismo sino en ellos”.


Casarse con un ojo morado

Selva (33) tiene tres hijos y vive en el barrio Patono. Irónicamente y para tratar de ver la vida de otra forma, de aprender de los errores y no volver a repetirlos, en lo posible nunca más, esta mujer dijo: “En vez de flores, bombones u otros productos, nosotros para San Valentín recibíamos guantes de box”. Así comenzó su triste relato.

Después de ocho años de incesantes golpes, maltratos, abusos sexuales y por sobre todo de la recriminación que ella misma se hace hoy por hoy, piensa en perdonar al hombre por el simple hecho de que la hija menor no lo conoce y tiene intenciones de hacaerlo.

Un día, su marido la amenazó con un revólver de un lado y un cuchillo del otro frente a su hija de 8 años.
“Nunca te esperás el golpe un día porque la comida estaba fría, me agarró del cuello contra la pared y empezaron los insultos. Incapaz, inservible, infeliz yo, con la otra esto, con la otra esto otro -porque en su extremo machismo como somos infelices hasta en la cama se consiguen otra y te lo dicen-”, comentó para dar lugar a contar algunos detalles de la vida con su pareja.

“El estaba preso por homicidio (gozaba de libertad condicional) salía a trabajar y en vez de estar con la familia se iba con otra mujer. Un día mi hija se fue a la casa de la otra mujer a buscarlo y el mismo la negó ante ella”, dijo, agregando que el daño psicológico que tiene su hija es irreversible y que sus tres chicos están iguales. “Es una cosa de por vida”, aseveró.
En esos momentos, las madres, como leonas, quieren proteger a sus hijos y siguen con la relación sin saber que los hijos son los primeros en darse cuenta de que algo está mal.

“En la comisaría es otra humillación más, tanto que alguna vez una oficial me dijo 'por ahí vos tenés un amiguito dando vueltas por ahí'”, explicó al mismo tiempo que agregó: “Después de tantas denuncias y de que cometiera un delito (al estar drogado) él está preso en Buenos Aires y solicita que lo trasladen a Corrientes porque quiere ver a su familia”.
Selva tiene tres hijos de 11, 15 y 17 años, la más chica no conoce a su padre, lo quiere conocer y los otros tienen rencor hacia su padre. “Estoy entre la espada y la pared, es como revolver el pasado, las cenizas”, sollozó.
“Yo me casé por Juzgado y con un ojo morado porque él no se quería hacer cargo de su primer hijo. Muchas veces juega la culpa de lo que puedan decirte tus hijos al crecer sin un padre y entonces vos tenés que elegir si quedarte con el violento para que ellos tengan padre o tener una vida sin 'tantos' sobresaltos”, dijo intentando darle un final a su atroz historia.

Querer escapar de la realidad

Sandra (35), prefiere que la llamen Laila, se concubinó a los 13 años y medio, se fue de su casa escapando de la vida que llevaba. Era hija de alcohólicos. Su marido le llevaba en ese entonces 20 años. “Quedé embarazada, me aferré a él. No teníamos lugar donde vivir, dormíamos en plazas, casas abandonadas”, dijo.

Hasta que él le contó que tenía otro matrimonio. “Yo me hice cargo de mis hijos cuando quedé embarazada. Me quiso obligar a abortar, me dijo que ser madre soltera era muy duro y al volver con mis padres… ellos 'me pegaron un poquito'”, dijo ya en estos momentos en forma de chiste.

Cada vez que ella quedaba embarazada, siempre decía que los hijos no eran de él, que quería que aborte y la violaba continuamente. Los cuatro hijos que tuvo fueron reconocidos por ella pero él los negó a todos. En una de las oportunidades en que quedó embarazada, le pegó de tal forma que quería que perdiera el embarazo. Cuando quedó embarazada de su cuarta hija, le rompió la nariz

“El hombre por sobre todo, así es en mi familia, la mujer relegada bajo la autoridad del hombre, cuando yo sufría maltrato físico mis familiares decían: Para qué vamos a meternos si a la semana vuelven”, ese era el principal impedimento a la hora de que alguien quiera entrometerse en el tema.

“Cuando me moretoneaba un ojo me amenazaba que me iba a sacar a mis hijos, yo no quería una familia desmembrada. Yo me iba a aguantar cualquier cosa”, recordó.
En la comisaría no me querían tomar la denuncia, yo lo denunciaba cada vez que corría peligro de perder mi bebé de los golpes que recibía y a veces no me querían tomar la denuncia. El ya estuvo detenido por un intento de homicidio hacia una pareja anterior. Yo le tenía terror. El al hacer su descargo negó todo lo que hizo”, al mismo tiempo que agregó: “Yo no quería dejar a mis hijos sin padre ya que, muchas veces, nos cruzó por la calle y hacía que no nos conocía”.

Sandra trabajaba como empleada doméstica y fueron sus jefes los que la incentivaron a que cambie esa vida triste que llevaba.

“Después de eso y muchas cosas más, no sé si me desperté o me cansé. Mis patrones me despertaron, creo yo, después de que cada tanto aparecía con un ojo morado. El tomaba, me golpeaba y tenía agresiones verbales contra mí”, recordó Sandra, quien al volver a formar pareja nuevamente repitió su lamentable pasado pero que en esta oportunidad logró demostrarle que ella merece respeto.
“Yo siempre trabajé y mantuve a mis hijos y así me volví a hacer de pareja, que en un principio me quiso maltratar.” Pero con la ayuda de Barrios de Pie, grupo del que ella forma parte desde hace mucho tiempo, se capacitó sobre sus derechos y sobre cómo actuar en casos de violencia.

Terminó sus estudios sin que su marido quisiera, con cinco hijos (cuatro de madre soltera) e imponiéndose ante un hombre que tuvo que cambiar de actitud si no quería terminar solo y en la cárcel.

Desgraciadamente en este como en los otros, los chicos eran los que sufrían daños psicológicos de siete años de maltrato. Aún así, estas testigos de los peores hechos de humillación hacia una mujer están vivas para contarlo, otras no. Tal es el caso de las numerosas mujeres que mueren o que son asesinadas como Ana María Canteros, en Paso de los Libres, quien fue acuchillada de 52 puñaladas en plena vía pública y delante de sus hijos.

Estas valientes mujeres señalaron: “Queremos que puedan contarlo y puedan salir adelante como salimos nosotras. Que la comisaría tome las denuncias y que te traten con el mismo respeto como nosotros nos merecemos. A veces aguantamos muchísimas cosas por nuestros hijos. El daño físico se controla pero el psicológico perdura por años y, a veces, de por vida. A partir de nuestras historias y la forma de vida que llevamos queremos que nuestros hijos no repitan la historia y enseñarles a que se discuta, que se instale el problema pero que no se vaya más allá, a las manos, a los golpes”.

CASO TESTIGO : “Lo hice por mis hijos”

“Me arrepiento de haber hecho lo que hice, pero lo hice por mis hijos”, fueron algunas de las palabras que emitió Graciela Haydeé Aguirre, quien fue absuelta luego de que la Fiscalía se negara a presentar una acusación formal contra la acusada al entender que la misma actuó “en legítima defensa”.
Aguirre, de 38 años, relató la trágica noche en la cual el hombre comenzó a golpearla a ella y a sus hijos. Cuando amenazó con matarlos, la mujer lo mató de un cuchillazo.

“Siempre confié en la Justicia. No lo quise matar, fue un accidente”, aseguró Aguirre, minutos después de que el TOC4 decidiera su libertad.
La mujer relató además que su marido, quien tenía entonces 41 años, medía más de 1,90 metros y pesaba unos 100 kilos, “todos le tenían miedo”.
El abogado de la acusadaa, Carlos Pousa, consideró que con el fallo “primó la sabiduría en el Tribunal” que integraron Gerardo Gayol y Franco Fiumara.

En su testimonio, la mujer ratificó que la fatídica noche su marido había tomado “una botella entera de vodka” y comenzó a atacarla y luego se fue contra su hija Karina, entonces de 15 años, y contra su pequeño hijo Jonathan, de 4 años.
Después de golpearlos a todos y de amenazarlos, el hombre, según Aguirre, “fue a la cocina, trajo un manojo de cuchillos, los dejó en la mesa, y agarró uno” y al grito de “te voy a matar” dirigido alternativamente a ella y a su hija, se abalanzó sobre ella y la adolescente intentó interponerse entre ambos.

“Forcejeamos con él, yo la empujé a la nena que fue a parar contra la puerta, él se cayó y se le cayó el cuchillo de la mano, después se levanta y toma el cuchillo”, contó la mujer, quien señaló que fue entonces en ese momento en que ella tomó otro cuchillo “y le tiré a lo ciego”, según dijo, “sin intención de matarlo”.

Dijo que al ver la herida que le había provocado a su esposo sufrió “un ataque de nervios” y en ese punto comenzó a llorar. Tras reponerse, aseguró que les pidió a los vecinos que llamaran a una ambulancia y a la Policía y que tomó de la mano a su hijo menor, Jonathan, “y salimos a caminar, hasta que me agarró la Policía”.

Aguirre aseguró que los actos de violencia de su esposo eran “cotidianos”, que ella intentó abandonarlo varias veces pero que él la amenazaba con “quemar la casa de mi mamá con todos adentro” o con “sacarle al nene”, lo que la hacía regresar.

La acusada fue interrogada por el fiscal, Ariel Panzoni, quien le preguntó si no pudo intentar escapar esa noche en vez de asesinar a su marido, y ella respondió que no, porque cuando lo hacía “él siempre me seguía y me amenazaba”.